Es increíble lo que ha avanzado la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales en Granada. Tanto, que ya nadie se cuestiona si la actual forma de hacer las cosas es correcta o no, sino que simplemente se evalúa si las cosas se están haciendo como se debe (es decir, tal como se están haciendo las cosas ahora) o como no se debe (es decir, tal como hace tiempo que se hizo, o que aun no se ha hecho). Restringir tanto la libertad de pensamiento a favor de adecuar las opiniones a la correcta forma de hacer las cosas es, sin duda, uno de los mayores logros –en base a la correcta forma de hacer las cosas- que ha conseguido la Universidad.
Para poner un ejemplo sencillo sobre cuál es la correcta forma de hacer las cosas y cual no, ilustraremos esa especie de perífrasis de la siguiente forma. Que la democracia se arrodille ante los mercados financieros es la forma correcta de hacer las cosas; que la democracia haga honor a su nombre y escuche a 11 millones de trabajadores que secundaron la Huelga General, no es la forma correcta de hacer las cosas.
Bien, como decía, en la Universidad los profesores tienen muy bien asimilada cual es la forma correcta de hacer las cosas. Y hoy, en lo que podríamos denominar mi primera clase seria de Economía Española y Mundial han surgido un par de debates interesantes.
El primero, y más artificial, ha sido el por qué la UE no se encierra sobre sí misma y proclama una especie de autarquismo comunitario donde Gran Bretaña y Noruega nos abastezcan de petróleo, Alemania de tecnología y España de… bueno, de lo que se produzca aquí. El debate se ha zanjado (porque así lo ha decretado la profesora) con un “eso es imposible” bajo el argumento de cómo una democracia (o 27) va a decirle a una empresa privada que encarezca sus productos al exterior o que simplemente no exporte. La respuesta era sencilla y se llama tasa sobre la exportación, pero al margen de ello es significativo ver cómo por un lado se encontraban dos posturas completamente opuestas y a la vez erróneas. De una parte, un nacionalista autárquico con muy poco interés en que sobreviva o se hunda el resto del mundo; y del otro, una profesora liberal indignada con aquella blasfemia que acababa de soltar un alumno suyo: intervencionismo. Es algo atroz. Obviamente, salir de la crisis volviendo a un intervencionismo arancelista es una visión tan economicista y tan alejada de los verdaderos problemas y causas de esta crisis que, sinceramente, no sé ni por qué el debate ha surgido. Supongo que un debate tan alejado, pero aparentemente cercano, sobre los orígenes y soluciones de la crisis –en clara postura prosistema- es un éxito más del neoliberalismo y su implantación en los docentes y alumnos de las facultades.
El segundo no ha sido un debate ni ha sido nada más que una aseveración axiomática. Esto es verdad y san se acabó. Sursuncorda hizo aparición en el aula a través de la persona de mi profesora y dijo, casi textualmente: “La espiral inflacionista estaba causada por el aumento de los salarios al nivel de la inflación del año anterior; así si un trabajador cobraba 100 y los precios subieron un 10%, el año siguiente cobraría 110.” Hasta ahí, medio bien. “Afortunadamente, esto cambió al subirle a los trabajadores el sueldo mediante la inflación prevista que, generalmente es menor a la real”. ¡Afortunadamente! Y se quedó tan ancha. Olvidó ella explicar que, si desde 1979 se adopta el modelo de la inflación prevista, es evidente que desde ese mismo año, los trabajadores han perdido poder adquisitivo año tras año. De todas formas, no importa porque en sus palabras: “el encarecimiento de los salarios [y de la producción y venta que es lo que genera la inflación, se le olvidó añadir] hace que nuestra economía sea menos competitiva”.
Fíjense que España, a tenor de sus salarios, es uno de los países más competitivos del mundo y yo sin saberlo. Debo suponer que mañana solicitará al Gobierno que no le bajen un 5%, sino que, como poco, le bajen un 10%. Como dice el himno de Andalucía “Sea por la economía libre, España y la patronal”.
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