Estimada ministra:
Le escribo desde Kabila, porque soy uno de los que creíamos que algo iba a cambiar con usted como ministra. Esa sensibilidad que a veces predica y que dicen sus allegados que tiene, pensamos de forma precipitada, que la iba a aplicar en su Ministerio.
Mire, cuando la vi aparecer, nada más ser nombrada, lo primero que hizo usted es lanzar un "viva al rey" que no se lo saltaba un gitano. Un acto evitable y en ningún caso obligatorio. Empezamos mal, me dije, pero admití que para usted podía ser una cuestión "protocolaria".
Pero vayamos al meollo de la cuestión. El motivo de esta misiva es hablar de dos asuntos importantes, sobre los que me parece que debería reflexionar.
El primero es cuestionar que nuestras tropas estén en Afganistán. Cada día más, se sabe que están en una guerra, aunque usted no lo admita y hable de misión de paz. Otro acto innecesario que se podría haber evitado, son muchos los países que no han mandado tropas, y no pasa nada, ya sé que las tropas estaban ya allí cuando usted llegó, aunque siempre podría haberlas retirado. Carme Chacón
Partamos de la base de que usted cree en ello, de que de verdad piensa que están allí para defender los derechos humanos y la libertad, como dice constantemente. Y, entonces, ¿por qué permiten que se apruebe una ley en la que la mitad de la población, las mujeres, están sometidas hasta el esclavismo, por la otra mitad? Mire usted, las cosas claras, deberían haberle dicho a ese individuo que es su aliado, el tal Kazai, que la entrada en vigor de esa ley, significaría la retirada de las tropas, porque señora mía, no se puede estar llenándose la boca diciendo que defiende la igualdad en España, como usted hace siempre que puede, y, a la vez, ser cómplice complaciente de una tropelía como la que esa ley consolida. Y usted tan campante y mirando a Molina.
Por otra parte, Dª Carmen, leo con sorpresa que a una respuesta del diputado Llamazares, contestan ustedes que las armas vendidas a Israel no se han empleado en la guerra de enero. O sea que las ametralladoras, pistolas, fusiles, silenciadores, cargadores, municiones, productos químicos como sulfuros y cianuros son de pega o que sólo se emplean en "misiones de paz".
Mire señora, no nos tome usted el pelo, sean valientes, que eso es lo que les falta, valentía, también en las declaraciones. Si ustedes han jugado a la guerra, y a favor de uno de los contendientes, díganlo pero no crean que somos imbéciles, otra cosa es que a veces lo parezcamos.
Señora, digan ustedes la verdad, han apostado por los más fuertes, por Israel. Y no vengan con pamplinas, que a las pruebas me remito. Otros países lo reconocen, pero ustedes no, claro es la famosa equidistancia, el sí pero, el querer quedar bien con todo el mundo.
¿Cómo se puede decir que las armas enviadas a Israel no han matado palestinos? ¿Han hecho ustedes la autopsia de los mil cuatrocientos víctimas palestinas asesinados y han comprobado que no han sido usadas armas españolas? Basta ya de mentiras.
Les guste o no, ustedes han apostado por la guerra y sobre todo por la mercantilización de la vergüenza, porque eso es lo que ha pasado. Mientras ustedes exportaban armas a Israel, también exportaban a Palestina pero otros productos, sobre todo aceites, mantecas y margarinas, ¿será para facilitarles aquello de El último tango?
Señora mía, diga usted lo que diga, desde su ministerio se está apoyando a gobiernos genocidas y a gobiernos que se saltan los más elementales derechos humanos. Y usted lo sabe. En vez de intentar vendernos la moto, lo más coherente es que ustedes forzaran a esa marioneta yanqui llamada Karzai a que derogase esa ley medieval contra las mujeres, y dejasen de exportar armas a Israel, estado genocida y colonialista de primera magnitud.
Todo lo demás, Sra. Chacón, es marear la perdiz, lanzar falsas proclamas y justificar lo injustificable. O sea que si de verdad, tiene dignidad, actúe y luche por la paz. Hoy por hoy, su continuismo no denota sino insensibilidad y un laisser-faire que asusta. Y es que en vez de haber avanzado en lo que se podría llamar la nueva misión de los ejércitos --las llamadas misiones de paz--, ha consolidado su posición bélica y ha permitido que se sigan conculcando, sin decir ni pío, los derechos humanos, en contra de las mujeres y de un pueblo vilipendiado como el palestino.
Por ello, ya sé que sería inútil pedir su dimisión, pues me temo que su forma de hacer política no es una cuestión personal sino de partido; lo que si voy a hacer, es, con o sin su permiso, un acto simbólico, cambiar el nombre de su ministerio. Desde ahora lo llamaré Ministerio de la Guerra.
Y nada más, hágame saber si toma las medidas pertinentes, si es capaz de hacer cambiar su política entreguista. Yo estaré contento y la aplaudiré. Mientras tanto permítame que le haga ver la indignidad con la que ustedes se están comportando.
Atentamente,
Hagan caso a un tipo que les diga eso y en menos de un nanosegundo y sin pestañear, ustedes acaban de vender su vida. Bienvenidos sean al mundo de los esclavos. ¿Acaso no me creen? Bien dejen que me explique un poco.
Imaginen por un momento que van a una tienda a comprar un televisor. Amablemente un asalariado cumpliendo las órdenes de su jefe (¡porque el también compró a plazos, no se crean!) les atenderá y ante su escasez de monetario, debido a su escasez de salario, les dirá que no importa: ¡siempre pueden pagarlo a plazos!
A ustedes les acaba de salir un dolor de cabeza, pequeño, pero un dolor de cabeza. Cada mes deben reunir ese dinero (acuérdense de que su salario no daba para comprar el televisor de golpe por lo que se intuye no es muy elevado). Sin embargo, con esfuerzo, y ahorrando de ciertos sitios logran pagar su televisor. La felicidad recorre la casa en la que viven: la de su banquero. Él, al igual que el amable asalariado de la tienda de televisores, también les dijo que podían pagar a plazos una casa. Sin embargo les ocultó que mientras pagan la casa no será de ustedes, sino del banquero. Un detalle sin importancia, pero es un detalle que los obliga a ustedes a trabajar tanto como para vivir, pagar una casa y pagar unos intereses por esa casa para evitar que un señor que no tiene interés ninguno en esa casa – el banquero – se la quede.
Su jefe, consciente de las penurias que pasa para llegar a fin de mes le hace una amable oferta: trabaja más y así cobraras algo más – nótese que se trabajara MÁS y se cobrara tan solo ALGO MÁS, sino el negocio no es rentable para su jefe –. Y ustedes se acaban de convertir en esclavos (ya lo eran antes, pero no eran conscientes de ello aunque su jefe, a través de las plusvalías, sí que lo era). Tienen una casa que no es suya hasta dentro de cuarenta años, trabajan por menos dinero del que les corresponde para pagar esa casa que no es suya hasta dentro de cuarenta años y, además, van a tener que obedecer todas las ordenes que su jefe les de porque sino esa casa que no es suya hasta dentro de cuarenta años acabara no siendo suya nunca. Triste panorama, ¿verdad?
Y eso solo es la punta del iceberg. Desde un punto de vista social no solo son ustedes esclavos, sino que además imponen las condiciones de esclavismo a los demás trabajadores indirectamente. Si ustedes tienen que obedecer a su jefe siempre para evitar no perder su casa, eso quiere decir que el resto de trabajadores tendrán que obedecer siempre a su jefe porque sino serán despedidos por no ser tan mansos y buenos como ustedes. Ustedes le acaban de joder la vida al conjunto de los trabajadores al reducirse para si sus propios derechos laborales y sociales.
¡Menudo negocio redondo esto de los plazos! ¿A nadie se le ocurre que todo esto ya estaba pensado para, a través de los errores de los propios trabajadores – hipotecarse, no denunciar los altos precios e intereses, subordinarse –, reducir los derechos sociales y aumentar la explotación laboral?
Sigan pidiendo hipotecas y viviendo del crédito, ¿Qué malo hay en ello?
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